viernes, 20 de abril de 2018

OTROS TRIBUTOS



CONJURO

Salió de su trabajo como todos los días: cansado, aburrido y frustrado. A sus treinta y cinco años llevaba una vida vacía y rutinaria, no era lo que había pensado cuando era niño. De niño soñaba con conocer el mundo, lugares fantásticos, maravillosos e inimaginables. No había hecho nada de eso. Iba de la casa al colegio, a la universidad, al trabajo. Dos hombres de aspecto intimidante lo abordaron, cada uno lo tomó por un brazo, haciéndole saber que estaba arrestado. Como pudo se soltó, corrió internándose en calles desconocidas, por callejones cada vez más ocultos hasta hallarse en uno sin salida. Miró hacia atrás para verificar donde venían sus persecutores, pero ya no estaban. De pronto la vio, escrita en la pared una frase que decía: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.” Fue como un conjuro, el descubrimiento de su destino. Por primera vez en mucho tiempo observó las calles, los balcones, los jardines florecidos, las farolas encendidas, los rostros de los transeúntes desprevenidos ajenos a su nueva fortuna. Se detuvo a recoger flores e insectos en su camino. Sensaciones que no recordaba desde su niñez.
Han pasado quince años desde ese día, todavía tiene que ir a la oficina pero está cada día más cerca de pensionarse. Los fines de semana recorre las calles de un pueblo cada vez más lejano a la ciudad. En las noches visita otros países y épocas juntando las palabras que encuentra en cada nuevo libro. Hace algunos días volvió a encontrarse con aquellos extraños hombres, cayó en cuenta que tan sólo eran un instrumento del destino para la conjuración, ya no lo perseguían a él, estaban arrestando a un tal Josef k.


JULIO: DE PRAGA A BALTIMORE.

Los ruidos atravesaban el zaguán y parecían haberse tomado parte de la vieja casa. Para su fortuna la biblioteca era como un bunker inviolable que sólo se podía abrir por dentro, se sintió a salvo. El teléfono sonó justo cuando se disponía a sentarse en su sillón de terciopelo verde. Dejó el libro en la mesita de centro junto a los otros que se habían apilado allí, y se abalanzó a contestar, sabía quién era, ya que sólo alguien de mucha confianza llamaría a esa hora.
–Hola mamá– dijo sin temor a equivocarse –si, sé que no he llamado ni te he escrito, pero estaba ocupado. Viajando. La verdad, no me he sentido muy bien, creo que recibí un golpe en la espalda con una manzana, pero no es nada grave. Los últimos días me he sentido como un insecto. Voy a colgar, quedé de encontrarme con un amigo a tomar unas copas.
Se arrellanó en el sillón. Encendió su pipa. Tal vez los perros ladraron, pero él, absorto en la lectura, sólo podía escuchar al viejo gato tuerto que hacia ruidos espeluznantes desde la chimenea tapiada donde brillaba, como una aparición, un escarabajo de oro.

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