El
siglo XX fue una gran muestra de fanatismo, destrucción y miseria que aún
persiste. En la pantalla gigante hemos podido ver, no sin impresionarnos, la
conjunción de elementos que demuestran el grado de estupidez del ser humano,
aunque esta palabra sea rara vez utilizada, como lo hace notar Paul Tabori en
su libro "Historia de la estupidez humana". Sin embargo, es necesario
rescatarla aquí ya que como concepto es la única palabra que encaja a la
perfección. En 1947 Albert Camus publica su obra "La peste" y en ella
escribe: "Cuando estalla una guerra las gentes se dicen: esto no puede
durar, es demasiado estúpido. Y sin duda una guerra es demasiado estúpida, pero
eso no impide que dure."
La
máquina de sueños creada por los hermanos Lumiere, ha sido usada también como
herramienta para crear pesadillas. Durante las dos guerras mundiales y la
guerra fría, los distintos bandos hicieron uso de la imagen proyectada de
diferentes formas, sirvió para ensalzar las causas nacionalistas, para aumentar
las brechas interraciales y racistas, para intentar destrozar la moral del
bando contrario, para generar sueños de gloria, para promocionar la
participación de jóvenes en los conflictos, entre otros.
El
cine de guerra es un referente cultural importante (la guerra ha inspirado un
sinfín de películas), pues refleja diferentes aspectos de tipo histórico,
social y político, que permite una reflexión de los sucesos que han afectado a
la especie, como una forma de recordar, de contarnos como somos y de los
peligros que, por la ambición de poder y de riqueza de unos pocos, llevan a
pueblos enteros a sucumbir en la miseria y el caos. Por otro lado, el cine de
guerra nos ha dado la posibilidad de ser otros, de vivir otras vidas (una
función casi irrefutable del cine), de experimentar la cruda realidad de
pueblos distantes en tiempo y espacio, pero sobre todo nos ha permitido soñar
que somos héroes.
En
Armas al hombro (Shoulder Arms), película estrenada en octubre de 1918, Charles
Chaplin nos sitúa en la primera guerra mundial, la cual para la fecha no había terminado.
Es una película donde queda de manifiesto lo ridículo de los ejércitos y la
guerra como tal, con el humor que lo caracterizó. En la película Chaplin
representa a un soldado que logra convertirse en héroe militar después de
múltiples sucesos, entre los que se pueden contar su infiltración en las líneas
enemigas disfrazado de árbol, para darse cuenta al final que todo fue un sueño
y que nunca salió del campo de entrenamiento.
En
1930 aparece la película Sin novedad en el frente del director Lewis
Milestone, ganadora de dos premios Oscar, adaptación impecable de la Novela de
Erich María Remarque; en ella se muestra como toda una generación de jóvenes
europeos, que al igual que todos los jóvenes tenían sueños e ilusiones, se ven
abocados a ir a la guerra, impulsados por el espíritu nacionalista o del deber,
el deber con la patria, el deber con la familia y el deber de ser héroes, un
deber en parte impuesto y en parte soñado, un deber que a muchos sólo les dejó tres
metros bajo tierra producto de la metralla enemiga, o de los gases y las
explosiones, un deber que les cercenó las piernas y los brazos, un deber que
les mutiló los sueños y las ganas de vivir. Toda una generación destruida. El
protagonista, Paul Baumer, interpretado por Lew Ayres, refleja toda la
desilusión, toda la inocencia arrebatada y sobre todo lo estúpido que son las
guerras, demuestra que la brecha entre el heroísmo y la estupidez es muy
delgado y depende del bando ganador, aunque al final ninguno lo sea.
El
listado de películas sobre la guerra es bastante extenso, las hay de corte
histórico, con enfoque social, con interés documental, predominantemente
políticas, de ficción y futuristas. Sin embargo, cada vez que se habla sobre la
guerra es necesario destacar dos películas, consideradas obras maestras del
cine, enmarcadas en la segunda guerra mundial: El pianista (2002) de Roman Polanski,
que es un canto a la dignidad humana y La lista de Schindler (1993) de Steven Spielberg,
que cuenta la vida de un empresario alemán que salvo la vida de más de mil
judíos polacos.
Una
lágrima resbala por mi mejilla, al fondo suena la barcarola de los cuentos de
Hoffman (del compositor Jackes Offenbach), una niebla espesa cubre el campo de
concentración, mi héroe de película favorito, Guido (interpretado por Roberto
Benigni), lleva a su hijo en sus brazos. En la siguiente escena el ruido de las
ametralladoras retumba por todo el campo, el juego está llegando a su final le
dice Guido a su hijo Guiosué (Giorgio Cantarini) anunciándole que son los
ganadores de un tanque de guerra. La vida es bella película del año 1997 y
dirigida por Roberto Benigni, es la historia de un judío Italiano alegre y
vivaz, que es llevado a un campo de concentración nazi junto con su hijo, su
tío y su esposa. A pesar del horror y la desventura que los rodea, Guido se las
ingenia para hacerle parecer a su hijo que no se trata más que de un juego, manteniendo
una sonrisa en sus labios, ocultándole la brutalidad de la guerra, demostrando
que a pesar de la estupidez la vida es bella.
*Artículo publicado en la
Revista Alucine. Boyacá (Colombia). Julio de 2017.