viernes, 27 de abril de 2018



EL PARAGUAS

El aroma del café se esparcía por toda la casa. Sentados detrás de las ventanas, José y maría contemplaban la lluvia que arreciaba con furia aquella tarde. Pasados los ochenta años y sin nada que hacer los días de lluvia eran un regocijo para ellos, los remontaban a otras épocas tal vez mejores, tal vez no. Se tomaron de la mano, no solían hacerlo con mucha frecuencia. María fue la primera en hablar.
– ¿Recuerdas la tarde en que nos conocimos? Llovía como hoy. Ya te había visto antes pero no habíamos hablado, eran otros tiempos, tiempos en los que el pudor y las buenas costumbres me impedían acercarme a los muchachos sin la aprobación de mis padres.
– Si, lo recuerdo como si fuera ayer, es de esas pocas cosas que recuerdo con claridad, incluso los días en que no recuerdo quien eres, esa imagen permanece intacta– dijo José con una sonrisa en los labios. Claro que lo recordaba, como iba a olvidar aquella joven corriendo bajo la lluvia detrás de su paraguas. Claro que recuerda como corrió a ayudarle y como al tropezar quedaron tendidos en el prado.
– Quedaste debajo mío, muy juntos, te sentía respirar y como el corazón latía al ritmo de las gotas que caían. Era la primera vez que tenía a un hombre tan cerca, me estrechaste con tus fuertes brazos mientras nuestras bocas se acercaban, dejaban sentir el calor del otro. Tus manos apretaban mis nalgas suavemente, se deslizaban sin prisa hacia abajo, subían el vestido despacio pero con firmeza. Sin darme cuenta estaba desnuda allí, en medio de un parque, con un desconocido. No pensé ni un momento en lo que diría mi madre ni en la furia de mi padre, ni siquiera en si era correcto. No me di cuenta en qué momento estaba debajo de tu cuerpo desnudo…– terminó de decir ella en medio de un suspiro cortado. Estaba agitada.
– Mis manos acariciaban y apretaban tus piernas y nalgas mojadas alternadamente, te besaba y sentía tus besos en mi cuello. Las gotas caían en mi espalda por donde resbalaban tus manos. Entonces fue cuando dentro de ti sentí la humedad y tibieza de tu cuerpo. Lanzaste un grito quedo de dolor y placer, dejando las marcas de tus uñas. Nuestros cuerpos se agitaron durante unos minutos desordenados pero rítmicamente, hasta que…– les faltaba la respiración y el corazón les latía con mucha rapidez. Apretó la mano de María con fuerza. Por sus mentes pasaban las imágenes de aquel día una tras otra, la vieja radiola dejó de sonar. No eran capaces de decir nada más. Un viejo paraguas pasó ante sus ojos traído por la furia del viento, se fundieron de inmediato en un orgasmo eterno, mientras en el parque a dos cuadras de su casa una nueva historia de amor comenzaba.

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